Aspectos filosóficos del neoliberalismo

El orden de las reflexiones será el siguiente: en primer lugar, la concepción del sujeto como “movimiento del ponerse a sí mismo”; en segundo lugar, el sujeto como “movimiento del hacerse a sí mismo y en tercer lugar, el sujeto como “movimiento del reconocer y ser reconocido.”

No decimos que el sujeto tiene movimiento, o sea, que hay un sujeto que tiene como cualidad fundamental o esencial, el movimiento, sino que éste es constituyente del sujeto, o sea, que el sujeto es movimiento. Tema central que fue un verdadero rompecabezas para la filosofía desde su mismo nacimiento en los albores de la polis.

El sujeto no es, el sujeto deviene, se mueve en un movimiento continuo y constituyente, en una palabra, es el continuo moverse, el continuo ser lo que no es y no ser lo que es. La tentación de la que hay que huir aquí es la de considerar, o imaginar un determinado recipiente que tiene cosas, o un eje cuyos rayos no dejan de girar. No así. En todo caso, los rayos no serían más que las sustancia del mismo eje, o mejor, el mismo eje que no cesa en su girar.

Movimiento, en consecuencia. Siempre, a cada momento, es lo que no es y no es lo que es. El “no” lo atraviesa continuamente, en todo momento, sin prisa y sin pausa.

Pero no se trata de cualquier movimiento, sino del de “ponerse a sí mismo” –die Bewegung des sich selbst setzens. Concepto central. Yo soy en la medida en que me pongo. Hay una expresión popular que afirma esta concepción del sujeto como el “ponerse” y es la que se expresa con el “ser puesto”, el “te llevan puesto”.

Yo soy en la medida en que me pongo. El piquetero es aquél que pasa de ser puesto a ponerse. En ese acto de ponerse reivindica toda su realidad de sujeto, su paso de objeto a sujeto. Movimiento continuo de ponerse, de no dejar que lo lleven puesto. Ahora bien, ¿desde dónde me pongo? Evidentemente no me puedo poner desde la nada, porque desde ésta ¿qué puede salir? Nada. Me pongo desde lo presupuesto. No me puedo poner si no es desde lo presupuesto.

Marx lo expresa en las célebres Tesis sobre Feuerbach: “Las circunstancias cambian al hombre y el hombre cambia las circunstancias”, pero las circunstancias no son cosas sino lo presupuesto, o sea, todas mis relaciones sociales desde las cuales me pongo. Se da el círculo: al ponerme desde las relaciones, las pongo también a ellas.

La sociedad me cambia y yo la cambio a ella. Es una totalidad, un poner que presupone o un presuponer que pone. Sólo me puedo poner desde el presupuesto de mi sociedad. No me puedo poner desde la estratosfera, o desde la mera idea. Sólo lo puedo hacer desde la sociedad donde estoy.

En segundo lugar, el sujeto “es el movimiento de hacerse a sí mismo”. El sujeto se hace a sí mismo, pero no puede auto-hacerse sin hacer. Nos hacemos sujetos en la medida en que hacemos, nos creamos en la medida en que creamos.

En ese crear, en la creación, nos vemos a nosotros mismos. Somos realmente sujetos en la medida en que creamos un mundo en el que nos reconocemos.

Éste es un concepto realmente central. Yo me veo siempre en el objeto que creo –presente del verbo “crear”‒, porque soy esa realidad, esa totalidad dialéctica sujeto-objeto, esa realidad dialéctica subjetivo-objetiva, porque el sujeto siempre es la negación del objeto, pero no puede ser sin éste.

Aquí aparece un problema central en esa relación sujeto-objeto, porque puedo ser objetualizado, y continuamente lo soy en mi profesión, que es el momento objetivo. Continuamente tengo que negar el objeto, es decir, ese momento objetual en el cual, sin embargo, me afirmo.

En tercer lugar, el sujeto es el “movimiento del reconocimiento”, o sea del reconocer y ser reconocido. Yo soy en la medida en que reconozco al otro y éste me reconoce a mí, siendo esto una lucha a muerte por el reconocimiento. “Lucha a muerte” porque continuamente tengo que negar, matar, el momento objetual sin el cual no soy.

El bebé que sale del vientre materno, apenas lo hace, ya comienza su lucha por reconocimiento. Cuando grita y patalea, no lo hace sólo porque tiene hambre, pues muchas veces lo hace aunque tenga el estómago colmado, en cuyo caso la causa habrá que buscarla en la necesidad de ser reconocido, de ser tenido en cuenta. Ya comenzó a luchar por los derechos que le atañen como sujeto.

Si el sujeto, apenas salido del vientre materno, es dejado en la selva y alimentado por los lobos, como en el mito romano, devendrá algo parecido a los lobos, pero no a la subjetualidad, para lo cual es imprescindible reconocer y ser reconocido como sujeto.

¿Qué pasa en el capitalismo y, especialmente en su etapa neoliberal, con esta concepción del sujeto? Le damos un respiro a Hegel y corremos a Marx para que nos oriente en esta búsqueda.

El capitalismo produce una distorsión profunda en el acto creador del sujeto, porque el objeto que él crea se enajena del sujeto creador y se transforma en sujeto que domina al sujeto que lo ha creado. Ese sujeto dominador es el FMI, la Banca Mundial o cualquiera de esos monstruos siempre al acecho.

Ese sujeto monstruoso lo hemos creado nosotros, lo han creado nuestros pueblos, se transformó en capital, en ese sujeto que hace que la realización del sujeto en la creación sea una desrealización.

El sujeto se transforma en capital y, por lo tanto, quien pone es el capital, no el sujeto, el cual ahora es puesto. Como veíamos el sujeto es el movimiento del ponerse a sí mismo. En el capitalismo es el mismo capital el que nos pone, y nos pone como objetos, nos objetualiza.

El objeto que se transforma en sujeto experimenta un agresivo crecimiento y de capital industrial se transforma en capital financiero, éste en capital especulativo y éste, a su vez, como capital virtual. Ha roto con sus raíces, es un cáncer mortífero.

El capitalismo es antihumano, es inhumano, porque pervierte el mismo acto creativo del ser humano y, en ese sentido, no tiene ninguna posibilidad de transformarse en algo humano. Va en contra de los derechos humanos, lo que no quiere decir que en todas las etapas del capitalismo se produzcan las mismas violaciones de los derechos humanos, pero hay una violación esencial que está en el mismo nacimiento del capital.

En segundo lugar, la alienación, la perversión, se produce en el mismo acto de la producción. El trabajo es el acto creativo. Lamentablemente cuando hablamos de trabajo solemos entender nada más que el trabajo en la fábrica, o el trabajo campesino o el del artesano, pero el trabajo es el acto creativo, que en alemán se expresa como “cultura”.

La cultura es la creación que no se reduce a ideas, a obras de literatura o de filosofía. Cultura es todo aquello que crea el ser humano, es el mundo que crea el sujeto y en el cual se encuentra reflejado.

Esa creación cultural aparece como algo externo, que no pertenece al ser que lo crea, que pertenece a otro, el cual sería el dueño del acto creativo, por lo cual en el trabajo el sujeto no se afirma como debería ser, sino que se niega en la misma creación.

Por otra parte, es una creación forzada, de modo que apenas el trabajador pueda huir del trabajo, lo hace, por lo cual merece el nombre de “holgazán”. Parece que a los habitantes del Tercer Mundo no nos gusta trabajar, lo cual constituye una mentira porque a todo ser humano le gusta trabajar porque ello es constitutivo de su propia esencia. Lo que sucede es que el trabajo en la lógica del capital no nos realiza.

Lo esencial del sujeto es la creación, el movimiento del hacer y del hacerse a sí mismo, por eso se buscan otros momentos en los cuales se cumpla el hacerse a sí mismo, en los cuales el sujeto sienta que se hace a sí mismo, que se está creando a sí mismo.

El trabajo en el capitalismo es un sacrificio. La vida personal de uno no le pertenece porque su actividad no le pertenece y la vida de cada uno consiste en su actividad, en su creatividad. De ahí que el capitalismo sea intrínsecamente perverso y no hay remedio que lo cure, ni bautismo que lo santifique.

La tercera de las enajenaciones que se producen en el capitalismo es la enajenación respecto de la naturaleza que, en términos generales, tanto Marx como Hegel denominan el ser inorgánico del hombre, lo cual significa que constituye un momento esencial en la realización del sujeto.

¿Pero qué sucede con el trabajo enajenado? Este trabajo pertenece a otro, se va transformando en propiedad que pertenece a otro, al dueño del trabajo que no es quien lo realiza. Entonces toda la naturaleza se va enajenando del sujeto creador y al enajenarse la naturaleza, el sujeto comienza a languidecer, porque el sujeto sin naturaleza muere.

Por otra parte, la naturaleza pasa a ser capital en potencia que necesariamente tiene que pasar a ser capital en acto, lo cual significa la muerte de la naturaleza. Nadie se tendría que asombrar que los espacios verdes desaparezcan..

Aquí es pertinente traer el ejemplo de la explotación de la Forestal, ese inmenso bosque de quebracho que se extendía por la zona geográfica denominada “Chaco” que cubría gran parte de los territorios del Chaco, Formosa, Santiago del Estero y Santa Fe. Todo ese capital en potencia transformado en capital en acto que pasó a llenar las arcas del imperio británico. La destrucción de la naturaleza es una necesidad intrínseca del capital, el problema ecológico, en el capitalismo, no tiene solución.

Se pueden lograr determinados avances, se pueden frenar determinadas destrucciones, pero la lógica del capital exige la destrucción de la naturaleza como condición “sine que non”.

Finalmente, hablando de enajenaciones, tenemos que referirnos a la enajenación del ser humano con el ser humano, es decir, al movimiento del reconocimiento. En el capitalismo se produce el movimiento del dominador y el dominado, movimiento por el cual ni reconocemos ni somos reconocidos.

En cuanto a la realización del sujeto el capitalismo es un callejón sin salida, porque plantea la objetualización del otro y de esa manera no hay reconocimiento posible.

Todo esto se ha agravado enormemente en la etapa del capitalismo neoliberal que estamos atravesando, que recibe distintas denominaciones como neoliberalismo, o globalización neoliberal conservadora. Como sabemos las denominaciones no son a-ideológicas, sino todo lo contrario, y de hecho, cuando se comenzó a hablar de globalización en la década del 70 se lo hizo en Estados Unidos, en determinadas revistas, como por ejemplo Business Week, Fortune y otras porque “imperialismo” era ya un concepto que sonaba mal, que ocasionaba rechazo.

Es entonces cuando en lugar de imperialismo se comenzó a hablar de “globalización”, cuando en realidad, se estaba hablando de expansión de capitales, es decir, de los grandes centros del capitalismo que son las empresas norteamericanas, europeas y japonesas.

El capital nace globalizado. En la medida en que se despega del momento creativo, capital industrial, se desterritorializa y se globaliza. Tiene momentos de expansión y momentos de contracción. Se globaliza arriba y se fragmenta abajo. La globalización se impone con una determinada concepción ideológica que conocemos con el nombre de neoliberalismo, con el cual el mercado pasa a ser el verdadero sujeto.

Los ejes fundamentales de ese sujeto son la economía de mercado, la apertura al exterior de las economías nacionales, la libre circulación de capitales, la libertad de empresa que se presenta como libertad de prensa, el equilibrio fiscal, el déficit cero, medidas que, en los países tercermundistas, como el nuestro, se aplican de una manera fundamentalista

Thomas Friedman, sentencia que “para mejorar los niveles de vida de los pueblos, hay una sola vía, la del mercado libre, que es un chaleco de fuerza dorado”. Es un chaleco de fuerza, pero es “dorado” porque hace crecer la economía y decrecer la política, por lo cual en las elecciones la alternativa será entre Pepsi-Cola o Coca-Cola.

La política desaparece porque crece la economía con el funcionamiento de la “mano invisible” impulsada por el “puño invisible” formado por “el ejército, la fuerza aérea, la fuerza naval y el cuerpo de marines de los Estados Unidos”.

Con este panorama del sujeto capitalista en su etapa neoliberal, no puede menos de producirse una violación masiva de los derechos humanos y, en primer lugar, la violación que lleva el nombre de “flexibilización laboral”, eufemismo que, en realidad, significa “mano de obra esclava”. El trabajador queda sin derechos, lo cual le permitiría al dueño del capital emplear más obreros, o sea, una práctica de muerte presentada como una práctica de vida.

La “desocupación” tiene un lugar privilegiado en esta violación masiva de derechos, violación que produce humillación, porque es la reducción del sujeto a objeto.

En tercer lugar no por importancia, sino por simple necesidad de enumeración, la destrucción del “ethos”, es decir, del hábitat, del ámbito donde transcurre la vida.

El animal tiene un ethos, es decir un hábitat, una guarida implantada en la naturaleza. El ser humano sobre ese ethos construye un segundo ethos, es decir, una ética, conformada por determinados valores que le dan sentido a la vida humana. Se destruimos ese segundo ethos, es decir, la ética, o sea, los valores que la constituyen, quedamos sin ethos, sin ética, sin casa, sin hábitat.

Se vuelve a la selva donde reina el egoísmo, la competencia salvaje, el individualismo descarnado, la distorsión del impulso creativo, que se transforma en impulso destructivo. Se distorsiona el impulso creativo que se transforma en destructivo.

En cuarto lugar, el sujeto se empobrece cada vez más. No hablamos sólo del empobrecimiento cuantitativo, es decir, el que se refiere a los bienes que consumimos. Sin descartarlos, nos referimos al empobrecimiento “cualitativo”, a la esencia del ser sujeto. Éste deja de luchar por el reconocimiento y acepta ser tratado como objeto descartable.

Finalmente la lógica del capital implica la expropiación y destrucción de la naturaleza, que se va transformando cada vez más en propiedad privada que, a su vez, se destruye, porque esa propiedad privada no es una cosa, sino el trabajo alienado.

Cuando Marx habla en contra de la propiedad, no quiere decir que el sujeto tiene que quedar completamente desprovisto de objeto, cosa a todas luces imposible. Se está refiriendo a la propiedad privada que priva a la mayoría de ese ámbito de la objetualización, sin la cual el sujeto deja de existir.

Rubén Dri es filósofo y teólogo, reside en Buenos Aires.
Actualmente, como Profesor Consulto, es profesor e investigador-investigador en el IEALC. Es autor de varios libros tanto en el área filosófica como en la socio-teológica.

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