Navidad y el niño Jesús

El 25 de diciembre de cada año, es motivo de celebración en Bolivia y en muchos países del mundo. Es la Navidad, que reúne a familias dispersas por el territorio nacional o por el mundo, que se congregan para celebrar juntas el nacimiento del niño Jesús.

La costumbre del intercambio de regalos se originó en Roma, en la fiesta pagana de las saturnales, que los romanos celebraban en honor de Saturno. En la adopción por parte de la Iglesia como conmemoración del nacimiento de Jesús, tuvieron que ver los papas Julio I y León Magno. Y fue san Francisco de Asís, el gran seguidor de Jesús, quien, en 1223, realizó la primera representación del pesebre, en una cueva próxima a la ermita de Greccio, en Italia.

Todo hijo nacido en cualquier parte del mundo representa una novedad, representa lo nuevo que rejuvenece lo que está envejeciendo y acabando. Con mayor razón el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios hecho hombre, que habría de revolucionar muchas cosas en su tiempo, transmitiendo su práctica y sus desafíos hasta nuestros días. Resaltando la importancia que tiene el nacimiento de todo niño, un interno de un hospital psiquiátrico en Brasil fabricó una inscripción pirograbada que decía que cuando nace un niño, es señal de que Dios todavía cree en el ser humano.

Entre los quechuas que habitan Bolivia, el nacimiento de un hijo se considera un regalo de Dios; es el festejo de la vida por encima de la muerte, pese a que esta última se lleva aún a muchos niños del campo porque, pese a tanta promesa y propaganda, la situación de indígenas y campesinos en Bolivia no ha mejorado.

Como dice Leonardo Boff, Dios no es un viejo barbudo con ojos penetrantes, ni un juez severo que juzga todas nuestras acciones. Es un niño. Y como niño no juzga a nadie. Sólo quiere vivir y ser querido. Del pesebre viene esta voz: “¡Oh, criatura humana, no temas a Dios! ¿No ves que su madre ha envuelto sus pequeños brazos? Él no amenaza a nadie. Más que ayuda, necesita ser ayudado y llevado en brazos”.

Fernando Pessoa entendió el significado humano y la verdad del niño Jesús del siguiente modo: “Él es el Niño Eterno, el Dios que faltaba. Es tan humano que es natural. Es el Divino que sonríe y juega. Por eso sé con toda seguridad que él es el Niño Jesús verdadero. Es un niño tan humano que es divino. Nos llevamos tan bien los dos, en compañía de todo, que nunca pensamos el uno en el otro… Cuando me muera, Niño mío, déjame ser el niño, el más pequeño. Tómame en tus brazos y llévame a tu casa. Desnuda mi ser cansado y humano. Acuéstame en la cama. Cuéntame historias, si me despierto, para que me vuelva a dormir. Y dame tus sueños para que juegue, hasta que nazca cualquier día que tú sabes cuál es”.

Sartre, el filósofo ateo, prisionero durante la segunda guerra mundial, escribió un texto sobre la Navidad, en una de cuyas partes dice: “Ella (la Virgen) lo sostiene en sus brazos y dice: ‘¡Mi pequeño!’ Pero otras veces permanece perturbada y piensa: ‘Dios está ahí’”.

Hoy la Navidad ha sido secuestrada por la cultura del consumo, que llega a extremos: si no hay regalos, no hay Navidad. Se ha perdido lo esencial de su significado: la novedad que supuso el nacimiento de Jesús, la novedad que significa que Dios no sea un viejo malvado, sino un niño capaz de transformar la realidad.

Suena en nuestros oídos la letra y la música de la canción de “Los de siempre”, titulada “El niño y el hombre” que concluye con el siguiente verso:

“Pero ven, ven, no te vayas Jesús,
ayúdame a encontrar la estrella de aquel tiempo,
aquel niño que fui y que ya no lo tengo,
aquel niño que fui y ya no lo tengo”.

Hoy la Navidad ha sido secuestrada por la cultura del consumo, que llega a extremos: si no hay regalos, no hay Navidad.

Carlos Derpic Salazar.

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